Amigos y vallenato

Columna publicada el 5 de diciembre de 2015 en El Heraldo

Sobran las razones para que el vallenato haya sido declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad: es un testimonio vivo de las canciones de los vaqueros de las sabanas del Caribe, de los cantos de los esclavos africanos, de los ritmos de los pueblos indígenas de la Sierra y de la poesía española. En sus letras se puede encontrar desde poesía pura hasta la mejor picaresca. Desde “El rico cují” que afirma que en la tacañería extrema no puede haber virtud (y lo mismo decía Aristóteles) hasta “La gringa” que denuncia la insuficiencia de Google Translate ante las lenguas indígenas colombianas, el vallenato cuenta la historia y los valores compartidos de una cultura.

García Márquez se llevó un grupo vallenato a Estocolmo porque sin duda nuestro Nobel estaba más influenciado por los juglares que por Faulkner, a quien conoció mucho más tarde y por eso él mismo admite que Cien Años es un largo vallenato de 350 cincuenta páginas. Alguna vez en Monterrey se paró a bailar con el acordeón de Celso Piña, que tocaba lo que en México llaman cumbia pero que incluye también al vallenato, y que llegó hasta el norte de con quién sabe qué rutas migratorias y se adaptó perfecto porque allá también le tenían cariño a los acordeones.

Sin embargo, el sonido del vallenato no es fácil, para los oídos ajenos el acordeón parece destemplado y si no fuera por Carlos Vives, que lo mezcló con ciertos sonidos del pop, quizás nunca habría pegado en el interior del país. Hoy lo bailan los cachacos en su tropipop pasado por agua, pero aquí sentimos que la “esencia” del vallenato está en otra cosa. Tanto es así, que la misma Unesco dice que lo declara patrimonio porque “el vallenato está bajo amenaza” de “volverse comercial”, y que el conflicto armado ha logrado permear su sonido, que hoy también se asocia con los paramilitares (y eso se nota en los Festivales Vallenatos más recientes). También dice la Unesco que se están perdiendo los espacios callejeros de las parrandas vallenatas, y sí, recientes intentos de regular el ruido en la ciudad o el consumo de cerveza en la calle, nos hablan de una ciudad que se está volviendo snob, por no decir intolerante.

Creo que es imposible evitar que un género musical cambie, no tenemos manera de que hoy en día, un nuevo Escalona se queje del “Hambre en el liceo” porque los estudiantes contemporáneos se van a Mac Donalds; pero quizás hay algo que podemos sí esforzarnos por cuidar y mantener: su habilidad para crear amigos y contar historias. A mi me empezó a gustar el vallenato a punta de estar con mis amigos del colegio y contarnos entre nosotros las mismas historias que ya habíamos vivido, y que de repente alguno sacara un acordeón, y otro una caja y entonces se armara una parranda. Para mi el vallenato ha sido siempre una manera de estar con mis amigos, de celebrar estar juntos y de recordarnos. Y esa es quizás ese es el patrimonio cultural inmaterial del vallenato.

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